Hace más de veinte años, que desarrollo mi profesión de educador. Una profesión no exenta de cruces y espinas. Con dolor llevo heridas profundas que aún no cierran; fruto de calumnias, injurias e incomprensiones... Es que el docente siempre está siendo observado y suele ser el culpable de numerosos males. Víctimas a la mano o chivos expiatorios de miles de insatisfacciones que viven algunas familias. Somos como el pararrayo ocasional, sobre el que algunos descargan sus inseguridades. Una especie de puching ball humano, sobre el que algunos proyectan sus frustraciones... Pero la nueva escuela comprensiva, amistosa, abierta y sin sanciones, dio lugar a estas pasiones irracionales... Hoy permanecemos atónitos y respondemos con un paro. Pero más allá de este gesto simbólico, la patria requiere un mayor compromiso de nuestra parte. Aún quedan buenas familias y millones de alumnos respetuosos, que esperan algo de nosotros. Pude parecer que tiramos margaritas a los chanchos o que sembramos sin sentido. Pero si no cumpliéramos con esa actividad para la que hemos nacido; un futuro aún más oscuro nos espera... * Texto completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario