domingo, 14 de marzo de 2010

El valor del sacerdocio.

Parecería que la noción de sacerdocio y su misión se van desdibujando. Una terrible tormenta cultural, se obstina en querer opacar el profundo el valor, que posee tan noble misterio. Los cantos de sirena, intentan arrastrar a esta institución, por un camino de comodidad y aburguesamiento laical. Esto hace que hoy más que nunca, la mies sea mucha y los trabajadores pocos. Querer reducir el sacerdocio a una simple mirada humana, implica quitarle algo de su profundidad. Así nos dicen que los rabinos, los imanes o los pastores, no están obligados al celibato. Pero ellos no ejercen una función propiamente sacerdotal, ya que no tienen sacrificio, sino más bien una función magisterial. Por ello, tampoco hay mucho problema en que haya rabinas o pastoras. Sin embargo, la discusión sobre este valioso ministerio, no debería limitarse a vanaliades superficilaes. El centro de la vida sacerdotal, no pasa por preguntarnos si debe casarse para conformar una familia, si debe mantener el voto de pobreza o si debe adquirir actitudes cercanas a la vida laical. El centro del debate está en permitir que su estilo de vida sea luz para toda la comunidad. Necesitamos más ejemplos de santidad, antes que hombres mundanos y terrenales. Así nos causan cierto dolor, algunos sacerdotes que pretendiendo reducir su ministerio a categorías populares, andan vestidos como cualquier laico de su pueblo, llevan la vida de un civil cualquiera y relajan sus costumbres. Y luego de un camino no exento de dolor y crisis, culminan pidiendo su reducción al estado laical.
Sin duda, que un habito no es garantía de santidad. Pero una vida espiritual profunda se manifiesta en todos los aspectos. El sacerdote no es un simple profesional, que cumple con su trabajo, con el fin de recibir su salario. Sus honorarios esperan la luz y la gloria de la vida eterna. La simple razón, no es capaz de comprender este misterio tan profundo y excelso. Hace falta una mirada de fe, para entender algo de su inmenso valor. Por suerte, aún quedan muchos curas a los que la soledad, la enfermedad, la incomprensión o la angustia no logran doblegarlos, sino más bien fortalecerlos. Mientras su humanidad es probada hasta el límite, el Espíritu los sostiene. Por ello, para los miles de sacerdotes que aún siguen confiando en la gracia del Espíritu Santo. Para todos aquellos, que aún mantienen la confianza en su ministerio. Para todos aquellos, que experimentan la incomprensión y sienten impotencia, ante tantas situaciones que los desbordan. Para aquellos, que mantienen su fe en medio de las tempestades. Para todos ellos, van estas notables palabras de Hugo Wast, que sabe reconocer la inmensa riqueza, que significa haber sido elegido, para tan elevado ministerio.
* Segunda predicación de Cuaresma del padre Raniero Cantalamessa.

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