No hay palabras para describir lo que nos está aconteciendo. Ya hemos pasado todos los límites y nos acercamos con velocidad hacia la conformación de una sociedad bestial. La locura se expande y el mal parece no tener límites. La ira, la crueldad y la brutalidad, van borrando nuestros rasgos de humanidad. La justicia se desdibuja y el delito nos abruma. Los criminales actúan a la luz del día y nadie se anima a aprenderlos. Ellos merecen el respeto de todos sus derechos. Mientras las víctimas deben conformarse con las miserias que los forajidos les imponen. Los magistrados con sus discursos y elocuencia, explican las causas de cientos de asesinatos sin sentido. Pero sus sabias palabras, no dan consuelo a las familias de quienes ya no están. No son capaces de dar solución alguna, mientras la sociedad se enfrenta con la realidad de la muerte. Pasmados y sin ánimo, asistimos a la decadencia de una sociedad que va agravando su enfermedad. Atontados y sin reacción, consideramos el delito, los asesinatos y los robos, como algo normal. Nos vamos acostumbrando a vivir en un país donde los ladrones y asesinos andan sueltos por las calles, mientras los honestos se ocultan tras los barrotes de sus casas. La sangre impune va cubriendo nuestra patria, mientras permanecemos atontados antes tanto delito. Lo más grave de todo esto es que los más débiles, son quienes padecen los delitos más atroces. Por ello recordando la bucólica paz, que he pasado durante mi niñez en Eduardo Castex, quisiera enviar estas palabras de dolor a los familiares de Verina Peinetti de Perera. Ella ha sido una víctima más de esta locura que estamos viviendo, en donde ya no quedan lugares donde habite la calma. Es lamentable que la educación, la justicia, las fuerzas de seguridad y todos los niveles del Estado no hayan evitado este triste final. Y cuando todos los estamentos parecen hallarse desbordados, sólo puedo ofrecer mi oración, ante este momento de dolor.
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